lunes, 6 de septiembre de 2010

LOS NIÑOS: ¿ANGELES O DEMONIOS?

Aquí también la historia nos enseña que los niños fueron víctimas de diferentes  creencias culturales, religiosas o sectarias. Todos hemos visto la idealización pictórica que nos muestra  a regordetes querubines con alitas, revoloteando en torno de imágenes religiosas cristianas, mientras que en el otro extremo, muchas de las sectas religiosas occidentales consideran a los niños –cuanto más inocentes mejor – como portadores del demonio y los someten a violentas prácticas exorcistas, a veces con sacrificio de sus vidas. 
Pero fuera de estos casos extremos, los pedagogos, psicólogos y sociólogos se siguen preguntando si, en realidad, los niños – en estado puro y sin in influencias externas – son realmente inocentes. Lo que nos lleva una vez más a considerar judicialmente si los niños son o no son imputables, y si su supuesta inocencia natural, los hace incapaces para cometer delitos. 
Como ya hemos visto, cada país y cada grupo cultural sostiene sus propias ideas sobre el tema y, por ahora, es impensable pretender una unificación global. 
Cuando se produjo el terrible hecho del asesinato de un pequeño en Inglaterra que ya hemos comentado, buena parte de la opinión publica, avalada por los psicólogos de todo el mundo, atribuyó la criminalidad de los niños asesinos a la influencia del entorno de
abundancia y de permisividad, sumadas al acceso incontrolado a los medios masivos de comunicación – más específicamente a la televisión y al cine – con su aporte cotidiano de ejemplos de violencia. 
Esta teoría fue global y tácitamente aceptada, lo cual virtualmente liberó a los niños delincuentes de toda culpabilidad porque “ellos no sabían lo que hacían y la culpa la tuvo su entorno” y también liberó al mundo occidental de la pesada carga de tener que condenar a niños de corta edad, aunque tan sólo fuese moralmente. 
Hubo consenso general en que los asesinos no sólo deberían ser ininputables sino que, en realidad, eran “criaturas inocentes”. 
Pero poco tiempo después, en un remoto pueblecito de un país latinoamericano distante miles de kilómetros de la ultracivilizada y tradicional Inglaterra, se producía otro atroz hecho de violencia protagonizado por un niño. 
Las crónicas policiales relatan que, en la comarca de Saguapete, a unos 10 kilómetros de la ciudad de Boaco en Nicaragua, un niño de tan sólo 10 años asesinó a machetazos a otros dos niños, un varón de 10 años y una nena de tan sólo 4. 
El hecho de que este terrible episodio haya acontecido en una remota comarca rural, donde no existe la influencia externa del cine ni de la televisión, donde se suponía que la niñez estaba preservada de la perniciosa subcultura de la violencia que aflige al sector urbano, obliga a repensar la supuesta inocencia de los niños y estudiarla bajo nuevos contextos.
Por supuesto yo no tengo las soluciones psicológica y jurídica de estos casos – de hecho hasta ahora nadie las tiene – me limito a enunciar los hechos, dejando a las convicciones de cada lector su propia opinión, y entre todos pensar en como desde nuestra dimensión real, al menos colaborar en la difusión de esta realidad para buscar al menos, sus atenuantes. 
Y una opinión generalizada es que los niños creen que la violencia es la forma de solucionar sus conflictos, así como en un jueguito electrónico, donde a los enemigos se los hace estallar o se los parte en dos. 
Nosotros debemos ser conscientes de que permitir o alentar que los niños crean esto es infligirles un daño muy profundo, quizá el peor que se le pueda infligir a un menor. 
Pero no debemos ser ingenuos, sabemos bien que el afán de lucrodomina a la mayoría de la humanidad y que la violencia y el sexo precoz son un fuerte atractivo para ganar mercados. 

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